lunes, 9 de febrero de 2009

JÓVENES DE EXPORTACIÓN

Hola a todos.

Nuevamente, una joya de la retórica me obliga a escribir sobre el suplemento ADN, algunos dirán que le estoy haciendo publicidad de tanto citar sus textos, pero les aseguro que no es así, el Pato Lucas no se vende….todavía. Parafraseando un chiste popular “patos sobran, lo que faltan son inversionistas”. La mencionada joya es la nota de Javier Villa –(sí, ustedes lo recuerdan, Villa es el fino humorista, autor de la entrevista a Daniela Luna oportunamente comentada)- publicada en el suple ADN del sábado 31 de enero de 2009, titulada “Jóvenes de exportación”. Debo comenzar por transcribir –como ya es habitual- algunos fragmentos de la nota.

Comienza Villa su nota diciendo: 

“Tal vez sea demasiado temprano para determinar con precisión por qué el arte argentino joven de los últimos años circula por espacios internacionales con mayor facilidad que en décadas pasadas”


Sí Javier, efectivamente es demasiado temprano para todo, tanto para hablar del verdadero valor de las chucherías de ocasión que producen muchos de estos jóvenes, como también para hacer un análisis de los motivos que originan el fenómeno. 

Villa no piensa lo mismo y aventura:

“Se podría arriesgar varias causas, tanto globales como locales, para justificar el fenómeno. Incluso estas causas podrían ser distintos peldaños interconectados que forman una escalera precaria hacia el centro”


Ahhh!! El centro, el centro…yo me pregunto: si lo “global” tiene un “centro” ¿Sigue siendo global? ¿No será más bien “Imperial”? 
Bueno, en fin, sigamos.

“Por ejemplo: mayor rapidez y menor costo en la transmisión de la información; popularización universal del sistema de residencias para artistas extranjeros;”

Claro, artistas extranjeros que quieran ir a aprender cómo hacer un arte igualito, igualito al que quieren en “el centro”.
Y sigue Villa:

“pequeñas modas fugaces de lo periférico y que sirven de alimento estético e ideológico para el centro y son baratijas para el coleccionismo global”

Esa me gustó Javier, aunque la dejás picando, deberías profundizar un poco más en ese argumento ¿O lo de las baratijas fue un fallido?

“Un programa de educación artística local muy influyente dirigido por Guillermo Kuitca (artista que realmente supo internacionalizarse)


Bueno, local, lo que se dice local no era salvo porque se hacía acá, porque ideológicamente era un programa “del centro”, es allí dónde la mayoría de estos jóvenes aprendieron a hacer sus baratijas a gusto del “coleccionismo global”, ¿no?
Sigue:

“curadores argentinos del nuevo milenio que se profesionalizaron en programas de crítica y curaduría en el exterior y cosecharon buenos contactos con instituciones y agentes; iniciativas de redes globales e incentivos de perfeccionamiento foráneo como los de Trama y Antorchas; una feria de galerías que sedujo de a poco al visitante mainstream, ya sea teórico, artista o galerista”


Bueno, aquí tenemos bastante material. Todo suena a un sistema cerrado de influencias y relaciones pero la clave es la formación y el perfeccionamiento en el exterior de críticos y artistas, o bien en programas locales que reproducen la lógica del centro.
Continúa:

“galerías que comenzaron a invertir en parcelas de ferias internacionales; adolescentes que, mientras eran influenciados por unos años noventa domésticos en los espacios porteños, recorrían el mundo a través de Internet, consumían a Mike Kelley, Rirkrit Tiravanija, Olafur Eliasson, Illya Kabakov y los hermanos Chapman, entre otros, y se empapaban de teorías relacionales, discursos sobre redes, apropiaciones, remixes y etcéteras.”

¡Qué parrafito Villa! Bien, nuevamente lo que queda claro es que hay que nutrirse de lo que sucede afuera y yo creo que muchos de estos chicos más que empaparse se ahogaron en esas teorías y la verdad es que lo de los hermanos Chapman me suena raro porque si alguno de estos jóvenes de exportación se hubiera nutrido de ellos al menos sus obras serían un poco perturbadoras, cosa que claramente no sucede.
Seguimos:

“Es cierto que pueden existir varios argumentos más, pero el objetivo de este artículo no es presentar un ensayo de época, si no atemperar con pocos ejemplos un deseo de información que pocas veces se ve satisfecho: saber qué están haciendo los chicos cuando se van de casa.”


Buenísimo, este final es buenísimo. Claro que existen varios argumentos más, justamente esos que Villa no explicita pero que pueden leerse claramente entre líneas. 
Fíjense como en muy pocas líneas Villa nos muestra cómo el arte contemporáneo argentino no es más que una mísera prolongación de lo que hacen y dicen que debe hacerse los artistas y críticos del “centro”, cómo nuestros jóvenes deben ajustarse a esos parámetros para insertarse en el “mainstream”. Ya lo dijimos en alguna oportunidad, el mainstream es esa “corriente principal” (la del arte contemporáneo globalizado) en donde se disuelven todas las identidades, especialmente las de estos jóvenes, que en realidad nunca tuvieron una identidad, pues desde su más tierna adolescencia fueron formados por teorías y prácticas del exterior. Y Villa nos cuenta todo esto con orgullo. ¿No es un poco vergonzosa esta dependencia? ¿No muestra con claridad que seguimos siendo provincianos, dependientes, incapaces de producir otra cosa que no sea lo que nuestros “padres” del “centro” nos dicen que debemos hacer? En cuanto a la intención de J.V. de “atemperar un deseo de información que pocas veces se ve satisfecho: saber qué están haciendo los chicos cuando se van de casa” ¿A quién se refiere? ¿A los padres de estos chicos? ¿Quién más reclama esa información? Además, los mayores sabemos que cuando los chicos se van de casa, muchas veces hacen boludeces, y no es cuestión de andar festejándoles todo lo que hacen ¿no?
Pero ahora viene lo mejor pues Villa nos cuenta quiénes son estos seis jóvenes que está promocionando con su nota, nos habla un poco de cada uno de ellos, incluye una foto (de ellos y de algunas de sus obras). Decidí tomar sólo a dos porque me parecen emblemáticos de cómo la retórica construye castillos en el aire, o es capaz de dar forma a algo que no la tiene. Estos dos jóvenes son Miguel Mitlag y Luciana Lamothe, uno viene –por supuesto- de la beca Kuitca y la otra –por supuesto- de currículum 0 (R. Benzacar) y del Rojas. 
Nos cuenta Villa que la obra de Mitlag se llama “”Holiay” e incluye un fragmento en el cuál se ven un montón de puntitos de colores sobre un fondo presumiblemente blanco.


Villa explica: 

Entre fines de 2007 y principios de 2008 vivió en Berlín. Allí desarrolló Holiay: “Una especie de polifonía fértil e imperfecta, de grito primitivo, hallazgo artístico y vacaciones”


¿No es maravillosa la retórica? Pero siempre, siempre, aún en la construcción más delirante hay algo de verdad, y en este caso es cuando dice “vacaciones”.
Luego J. V. nos explica que el proyecto se exhibió en Berlín en la Galerie Koal: 

“donde Mitlag presentó prototipos de elementos genéricos alterados en su escala: una bolsa de plástico de 3,8 x 2,3 m colgada del techo, una caja de zapatillas Adidas en escala 10 a 1 (casi una pequeña pileta), un rollo de alfombra que sobresale de una base inclinada y un fondo mural de etiquetas autoadhesivas en cuatro colores pegadas sobre la pared con un patrón formal que producía un movimiento óptico al actuar sobre las piezas escultóricas más estáticas. De este modo, Mitlag reacomodó y modificó la sensación espacial y buscó atravesar esos objetos cotidianos para que brotara su singularidad formal, constructiva e ideológica, con diferentes usos y cargas simbólicas según la ciudad habitada.”

Imaginen la profunda revelación experimentada por los espectadores de la obra de Mitlag al percibir por primera vez en sus vidas la singularidad formal e ideológica de una caja de zapatilla Adidas, debe haber sido algo parecido al Satori descubrir que una caja de zapatillas es un rectángulo con cuatro paredes y una tapa…ahora, a mí el problema ideológico de la caja se me escapa, y de la bolsa de plástico ni hablar, pero tal vez con el tiempo llegue a entender el profundo significado de la obra de Mitlag. Hablando de cambios de escala, recordé la obra del artista alemán Ron Mueck y recuerdo particularmente una de sus trabajos que más me impactaron.


“Papá muerto”, el cuerpo de su padre muerto, absolutamente realista, que recuerda al “Cristo muerto” de Holbein, y donde Mueck trabajó hasta las uñas partidas de los pies y cada poro y cada pelo en forma implacable, pero lo terriblemente perturbador es la escala ya que la figura mide un metro con veinte centímetros. Mueck juega siempre con la escala que a veces es desmesuradamente grande y a veces muy pequeña pero siempre impactante y perturbadora. Por favor, no piensen que traje el ejemplo de Mueck para establecer algún tipo de comparación con la obra de nuestro joven de exportación…no pensarán eso de mí, la obra de Mitlag me parece realmente profunda, perturbadora y desestabilizante, sin ir más lejos, esta mañana me costó mucho sacar mis zapatillas de su caja, una sensación de extrañeza me embargó por completo y descubrí que mi vida no será igual luego de haber comprendido el mensaje de Mitlag.  
Démosle nuevamente la palabra a Javier Villa que nos contará algo acerca de la obra de Luciana Lamothe.

“En 2008 representó a la Argentina en la Bienal de Berlín. Allí realizó Steelkill, un proyecto específico inspirado en el desmantelamiento del Palacio de la República, edificio comunista de acero y vidrio cuya estructura contenía un aislante altamente tóxico. El trabajo aborda la dialéctica destrucción-construcción, al desenfocar los límites de este binomio frente a una situación espacial dada y fusionar discursos sobre la arquitectura institucional, la instalación escultórica, y la performance.
El edificio estaba siendo desmontado por maquinaria que en general se utiliza para la construcción; el esqueleto quedaba a la vista mientras que cada parte era guardada en un depósito, lo que permitía una hipotética reconstrucción con los mismos materiales. La artista desarrolló un cartel de estilo publicitario con una estructura de andamios, donde colocó una foto del edificio con una frase invertida (“Cortarte todo”) que hacía referencia a la posibilidad de lo reversible y lo irreversible.”


Bueno, tenemos una obra que nos representa en la bienal de Berlín, titulada Steelkill título que no deja dudas acerca de la identidad de la artista, la obra es un cartel con un texto invertido –cortarte todo- que según Villa hace referencia a la posibilidad de lo reversible y lo irreversible….no entendí. No importa. Lo que me parece muy claro es que la obra revela muy claramente la falta de identidad de la artista que es un reflejo de la formación recibida. La obra es irreversiblemente banal porque se revela sólo como una estrategia para insertarse en el “mainstream”, porque lo único que realmente aprenden estos chicos son estrategias para el éxito, de eso se trata todo. ¿Se preguntarán en Alemania cómo es que a una artista argentina le interesa el desmantelamiento de un viejo edificio comunista? Párrafo aparte merece la retórica hueca de Villa. “El trabajo aborda la dialéctica destrucción-construcción al desenfocar los límites de ese binomio frente a una situación espacial dada y fusionar discursos sobre la arquitectura, la instalación escultórica y la performance”. Todo este palabrerío es imprescindible para sustentar algo que es mera estrategia vacía. La obra no está.

Para terminar y como frutilla del postre está la foto de los artistas jóvenes y es especialmente interesante la de Mitlag que con su barba crecida, anteojos negros y una coctelera en la mano parece decirnos que sigue de vacaciones, o tal vez que por la noche trabaja de barman, quién sabe.

Yo me pregunto, ya que exportamos a estos seis, no podríamos importar algo mejor a cambio…¿Ron Mueck? No, es mucho pedir.

Hasta la próxima.
El Pato Lucas