viernes, 17 de septiembre de 2010

LEVINAS, BATTISTOZZI, Y LA INEFABLE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS DEL LOBBY.

Hola amigos. No pensaba volver a escribir tan pronto, pero hay cosas que no se pueden obviar.

La primera es la muy acertada respuesta de Ana Battistozzi a Gabriel Levinas aparecida en la revista Ñ del último sábado -11 de septiembre-. Para los que no lo leyeron, Levinas había escrito el sábado anterior -4 de septiembre- pegándole a los críticos que "no critican" y además a los artistas pendientes de los vaivenes del mercado, y uno podría sentirse tentado a darle la razón a Levinas -y yo muy especialmente- si no fuera porque, como muy bien lo hace notar Ana Battistozzi, Levinas atrasa, y además, él mismo es un operador de mercado, un marchand. Recuerdo una columna escrita por el mismo GL en una Ñ, más o menos para la época en que se llevaba a cabo la última Arte-BA, en la cuál, indignado, se quejaba de que el ruido del Barrio Joven invadía y contaminaba lo que él describía casi como un templo para la contemplación del arte: su stand. La columna era, claro, completamente absurda, pues una feria de arte no es un lugar muy adecuado para la contemplación del arte...no creo que Levinas exija silencio para la contemplación de los tomates y las berenjenas cuando va al supermercado, no? Se notaba que el ruido del Barrio Joven le había espantado a más de un cliente...que se le va a hacer Levinas...es el libre juego de la oferta y la demanda; si no le gustan las ferias, debería dedicarse a otra cosa. Por otro lado, Ana Battistozzi, describe acertadamente la situación contemporánea de la crítica de la siguiente manera:

(...) “Preferiría discutir sobre la naturaleza de la crítica y su función como práctica intelectual en tiempos en tiempos que son claramente distintos de los de Atalaya a quien –Levinas- evoca como modelo. A diferencia de entonces, cuando estaba fuera de discusión lo que era arte y lo que no, hoy “ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente”, como observó Adorno en el comienzo de su Teoría Estética, hace ya décadas. La tarea del crítico es bien distinta en consecuencia, entre otras cosas porque enfrenta un objeto, cuya condición artística no está definida de antemano. De ahí que su compromiso sea con el conocimiento y la información en la conciencia de una situación que tiene su correlato en el mercado.” (...)


De más está decir que estoy completamente de acuerdo con este diagnóstico que pone a la crítica, el público en general y también, claro está, a los artistas frente a un gran desafío, pero el problema es, justamente, que la mayoría de los colegas de AMB, que tienen espacio para escribir en los principales medios, no están ni por asomo a la altura de ese desafío, y eso queda demostrado con la cantidad de boberías, banalidades, arbitrariedades, obsecuencias y, en muchos casos, críticas absolutamente retrógradas, basadas en análisis puramente formalistas, que uno lee en los principales suplementos de cultura Crítica, en su etimología, significa “estudio”, “investigación”, está muy claro que alguien que debe escribir una columna semanal tiene poco tiempo para hacer crítica en ese sentido, pero además, la formación y la inteligencia de muchos críticos es bastante limitada. Muchos de ellos no vienen del campo de las artes visuales y sin embargo, han obtenido, quien sabe cómo, el derecho a hacer crítica en los principales medios. Este hecho parece reproducir ese prejuicio, tan extendido entre el público en general, según el cual, sobre lo visual, cualquiera puede opinar. Y este, a mi juicio es el principal motivo de que no pueda leerse casi nada interesante, ningún texto que problematice o que cree un conflicto. Recuerdo que el recientemente fallecido Jorge López Anaya, con quien yo tenía varias e importantes diferencias ideológicas, -de hecho en mi blog hay un par de textos criticándolo- al menos se tomaba la libertad de hablar bastante duramente de muestras y artistas en su columna, y esto generaba resentimiento entre quienes recibían esas críticas. Por lo menos, no hacía una crítica conciliadora, aunque su visión del arte fuera siempre dependiente de las últimas novedades del exterior y su idea de "arte deslimitado" fuera, como ya dije en algún texto, absurda, ya que "arte" es un concepto y no existen conceptos "deslimitados", puesto que dejarían de ser conceptos. Esa idea, sin embargo, mostraría con cierta claridad la encrucijada del arte contemporáneo...un concepto que se disuelve. Un concepto que no tiene límites no es un concepto expandido, es un concepto que ha desaparecido como tal. Me parece importante, remitir a mi blog: www.lucaspato.blogspot.com, específicamente a la entrada. “Lectores entusiastas, función y futuro de la crítica según José Luis Brea y Premio Arcadas Doradas” del 14 de junio de este año. Lean sólo lo que concierne a José Luis Brea, me parece fundamental para esta discusión.

Y ahora, como frutilla de la torta y en perfecta sintonía con lo que venimos hablando –sobre todo en lo referido a las boberías y banalidades- pasamos a comentar la nota de Alicia de Arteaga acerca de la virtuosa alianza entre la Beca Kuitca y la Universidad Di Tella, aparecida el mismo sábado 11 de septiembre en el suple ADN –siempre se me ocurre que este es un ADN bastante contaminado- . Transcribo algunas cositas:

“La beca Kuitca, legitimada como espacio de formación de los artistas argentinos contemporáneos, desembarcó en el edificio de la Universidad Torcuato Di Tella. Una nueva historia comienza.”

¿Cuál nueva historia? ¿No será la misma vieja historia de enseñar a nuestros artistas jóvenes las estrategias para insertarse en el mainstream, haciendo obras a gusto y medida de los coleccionistas e instituciones de los países centrales? Sigamos:

“La selección –de los nuevos becarios- cumple con el objetivo. Artistas con trayectoria, varios de ellos legitimados por el mercado, hasta un
ex -director de museo (Carlos Herrera, del Macro de Rosario) ingresan en el universo del becario Kuitca, algo así como el Dorado del arte. El sueño del pibe”

Lindo este párrafo, no? Arteaga nos muestra aquí, lo importante que es la legitimación del mercado que, como ya sabemos, está conformado por gente con enorme conocimiento de las artes visuales y una muy kantiana “apreciación desinteresada”, además nos enteramos de que existe un “universo del becario Kuitca”, que evidentemente ha de ser un universo cool, con planetas multicolores, muy diferente de los universos grises de otros becarios. Como decía Groucho Marx “Hay otra vida, pero es más cara”. Otro dato importante es que se trata de El Dorado del arte, lo cual me produce una cierta confusión porque, como todos sabemos, El Dorado nunca existió...será una fina ironía de Alicia de Arteaga? ¿Será todo un engaño?
Por último, tenemos que la Beca Kuitca, es el sueño del pibe, el non plus ultra del arte argentino contemporáneo, sólo para unos pocos privilegiados...bueno, esto queda claro cuando nos enteramos de que cada uno de los chicos tendrá su propio taller, ambientado a su manera, donde pasará “12 horas diarias en contacto con los miembros de la tribu”.... Quien sino alguien que no trabaja puede hacer eso?

Otro párrafo.

“El año próximo la Beca cumplirá 20 años y es una buena noticia saber que ha desembarcado en el campus de la Universidad Di Tella, (...) donde funciona el Departamento de Arte dirigido por Inés Katzenstein, bajo la estimulante mirada de Francisco Liemur, decano de Arquitectura”.
“La alegría ( y el orgullo) de los becarios la noche de la apertura –entre pinchos de lomo y tortilla española -tiene mucho que ver con la alianza prodigiosa que supone unir los nombres de Kuitca y Di Tella, como una profecía cumplida".

Qué lástima, me perdí los pinchos de lomo....y además no invitan animales.

Toda esta retórica celebratoria de la “prodigiosa unión de los nombres de Kuitca y Di Tella” ¿no suena más bien a trenza de mercado, beca cool, universidad privada y crítica obsecuente y mercenaria? ¿Por qué aparecen siempre en ADN esta clase de notas que huelen a dólares por todos lados y en las que el arte aparece exclusivamente como una cuestión de éxito y mercado?

Además, ya que de mercado estamos hablando, y para demostrar lo provincianos y obsecuentes que somos inclinándonos ante el gran dios Kuitca, bastaría confrontar la cotización de Guille con la de Jeff Koons, por ejemplo, y veríamos que nuestra deidad máxima, es en realidad una deidad menor y subalterna en el gran país del norte. Pero aquí, seguiremos sobando calcetines de artistas cool que hicieron la América y vienen a ¿formar? nuevas camadas de artistas de exportación. Como quien dice, una cadena de producción.

Ahora...lo de la tortilla española me hace un poco de ruido....

Hasta la próxima

El Pato.

martes, 7 de septiembre de 2010

Hugo Mujica, Claudia Piñeiro y algunas palabras en defensa de mi anonimato.

Hola a todos.
Hace algunos días, revolviendo papeles viejos, como suelo hacer de vez en cuando, para deshacerme de algunas toneladas de lo que tengo acumulado, encontré en un suplemento RADAR, del diario Pagina 12 del 13 de diciembre del 2009, una entrevista buenísima, realizada por Miguel Rep al poeta, filósofo y sacerdote católico – todos tenemos algunas contradicciones- Hugo Mujica, acerca de su libro “La pasión según Trakl”, sobre el poeta alemán, que también era admirado por Martin Heidegger. Sólo voy a transcribir la última parte porque tiene estrecha relación con dos de mis últimos envíos: “¿Qué es el arte?” y “El arte es para el pensamiento”. Quienes los hayan leído sabrán de qué se trata y quienes no, pueden hacerlo en: http://lucaspato.blogspot.com/
Transcribo:
Miguel Rep: ¿Para qué te parece que la poesía debería servir?

Hugo Mujica: -Si algo sobra en nuestros tiempos son las cosas que sirvan para algo. Tal es así que la antigua y esencial pregunta sobre qué es la vida, se transformó en la pregunta sobre para qué es la vida; ese cambio casi imperceptible nos revela como utilitarios, hacedores de útiles, herramientas, todo lo que sirve para usar, usar y tirar, tirar para cambiar. Ese “para”, remite todo a otra cosa, a algo que no está en sí, y la poesía, el arte, no es del orden de los medios sino de los fines, de lo que se cumple en sí, no más allá de sí; es del orden de lo que no se justifica ni desde afuera, por la aprobación o el mercado, ni tampoco desde el propio creador; la obra, el poema, instaura su propia ley, su propia clave interpretativa, su propio valor es, diría, su propia justificación y su propia revelación. Y, también diría, su propia revolución, ser belleza en medio de un mundo reducido a mercadería; revolución y protesta: ser gratuidad en medio de un mundo hundido en el lucro y la especulación. La poesía es el puro ser por sí, quizá como la vida misma, quizá por eso el arte puede enseñarnos a vivir.
Después puede venderse, usarse, investigarse…insertarse en la cultura y hasta en el mercado, pero eso es siempre después, en un después que ya es el trueno y no el relámpago-.

Fin de la transcripción, y creo que no hay nada que agregar.
La siguiente transcripción es de un texto que el sábado 4 de septiembre, escribió Claudia Piñeiro en la columna de opinión del diario La Nación –esta vez el diario La Nación me sorprendió-, transcribo la nota íntegramente –no se asusten, es breve- ahí va:
EL LENGUAJE LIBRA BATALLA
Claudia Piñeiro para LA NACION

Las palabras que elegimos para nombrar no son inocentes. Existe un efecto ideológico del lenguaje, que es explotado por algunos e ignorado por otros. Cuando Mauricio Macri dice, refiriéndose a la toma de colegios en la ciudad que gobierna, "uno no puede ni tomar una Coca-Cola que no esté en su heladera", opera ideológicamente. Además de equiparar el verbo "tomar" con "agarrar" y "robar", parte de la base de que quien recibirá su mensaje podrá decodificarlo "desde el sentido común" ya que tiene heladera, toma Coca-Cola y es capaz de condenar, como él, la toma de colegios como manifestación política.
Sólo algunos actores dentro de una sociedad pueden usar el lenguaje para sostener su posición. Para el resto queda, con tiempo y esfuerzo, advertirlo y resistir.
Tres ejemplos
El primero, año 1983. Cuando el país regresó a la democracia, empezamos a nombrar el pasado reciente como "el Proceso". Llevó un tiempo darnos cuenta de que ése no era el nombre adecuado. ¿Qué proceso? Ningún Proceso de Reorganización Nacional. Lo que vivimos fue una dictadura militar y así había que nombrarla. Aunque el cambio de una expresión por otra no sucedió de la noche a la mañana. Poco a poco, muchos fuimos abandonando el uso de la palabra "proceso" y adoptando el uso de las palabras "dictadura militar". No todos lo hicieron. Pero hoy, en 2010, quienes nombran al período de la historia argentina que va de 1976 a 1983 de una forma o de la otra toman (otra vez el verbo "tomar") una postura política. Ya no es inocente llamar Proceso a ese período. Las palabras trazan una línea y está bien que así sea.
El segundo ejemplo es reciente. La sociedad discutía si se le daría o no derecho a contraer matrimonio a una pareja formada por dos mujeres o por dos hombres. "Ley de matrimonio gay", empezamos llamándola. Pero a medida que pasaban los días, cambiamos el nombre y elegimos llamarla "ley de matrimonio igualitario". ¿Por qué? Porque no se trataba de una ley que regulara el casamiento de la comunidad gay (lo que habría sido discriminatorio), sino de asimilar a esas parejas a la ley de matrimonio existente. El mismo matrimonio para todos. Hablar hoy de ley de matrimonio gay implica una discriminación que, en el mejor de los casos, puede ser todavía involuntaria. Esta evolución del lenguaje no está tan consolidada como la anterior. Llevará un tiempo, pero el modismo también caerá en desuso y se trazará otra línea.
El tercer ejemplo es tan actual que estamos parados sobre él. Escuchamos a diario la frase "a favor del aborto" o "pro-aborto". Lenguaje que juzga e intenta que el mensaje sea decodificado unívocamente: "pro- aborto = asesino". Nadie es pro-aborto; las mujeres que quedan embarazadas y deciden interrumpir su embarazo seguramente preferirían no haber quedado embarazadas. Pero ante el hecho consumado del embarazo no deseado, de lo que se trata es de poder elegir. Por eso se está a favor o no de "la despenalización del aborto", de la "legalización del aborto", no del aborto. Y esto no es menor. Ni mucho menos inocente. Cuando escuchamos decir: "Jueza a favor del aborto", o "la Iglesia condena la postura pro aborto de Fulano de tal", debemos tener en claro por qué se elige decirlo de esa manera: no sólo para descalificar, sino también para evitar la posible discusión de la ciudadanía sobre el tema. ¿Quién se sentiría capaz de decir: "Yo soy pro aborto"? En cambio, muchos más estarían en condiciones de cuestionarse si están a favor o no de la despenalización del aborto. Discutir si en la Argentina una mujer sin recursos económicos debe o no tener acceso a la interrupción de un embarazo no deseado con las mismas medidas de higiene y seguridad con que hoy lo hacen en el mismo país las mujeres que tienen dinero.
Hace un tiempo, vi un programa de televisión en el que enfrentaron a la madre de una discapacitada violada, a la que un juez no le permitía abortar, con una mujer que pertenecía a una institución que abogaba por prohibir el aborto en todas las circunstancias y para todas las mujeres. Esa mujer llamaba "abuelita" a la madre de la chica violada y embarazada. Lo decía con un tono suave, hasta cariñoso. La madre de la chica violada entendió rápidamente qué trataba de hacer esa mujer con el uso de esa palabra, y supo defenderse. "A mí no me llame de ese modo; yo no soy abuela de nadie", dijo.
Las palabras son poderosas. El lenguaje libra batalla. Puede ser una vía de dominación, pero también de resistencia. Cuando un discurso apela al "sentido común", no se nos permite pensar cómo son o funcionan las cosas, sino sólo si se adecuan o no a un sistema preexistente y hegemónico. Equiparar la toma de colegio con tomar la Coca-Cola de una heladera, o llamar "abuelita" a la madre de una chica embarazada porque fue violada intentan eso.
El análisis crítico del discurso debería ser una materia obligatoria desde la escuela primaria. Así tendríamos herramientas para resistir desde el lenguaje.


Fin de la transcripción y tampoco esto necesita que ya agregue comentario alguno.

Por último quiero decir algo en defensa de mi ya prolongado anonimato, y que, a decir verdad no sé cuánto más se prolongará, aunque, como ya dije en alguna ocasión, tarde o temprano todo llega a su fin.

A lo largo de estos años, en que he escrito esta columna, varias personas se han molestado y otras, aunque aprobando los textos, han cuestionado el uso del seudónimo –muchas otras, la mayoría, han aprobado ambas cosas-. Entre los que se han molestado hay críticos y, -esto me produjo cierta extrañeza- también algunos artistas –y no estoy hablando de aquellos a quienes critiqué duramente, porque para esos se trata de algo más personal-; hasta hubo una artista que me pidió que la sacara de mi lista y no le enviara más textos. Me extraña que tanto críticos como artistas jóvenes, que están muy al tanto de las estrategias contemporáneas, y de la diversidad de lenguajes y de soportes que los artistas usan hoy día para construir su obra, no acepten ni comprendan que mi práctica se inserta perfectamente dentro de esas estrategias, que la construcción de este personaje es parte de mi obra
Los artistas – y todos los demás también- vivimos en un tiempo en que hay mucho para decir, paradójicamente, -o no- la mayoría ha elegido el silencio, la especulación, la no confrontación, como si hubiera mucho que perder en un ambiente que sabemos mezquino y mediocre, en un medio donde el evento artístico más importante del año es una “feria”, y donde no puede hallarse un minuto de reflexión acerca del sentido de las obras, o de la identidad de nuestra producción, y muy especialmente, de la de nuestros artistas jóvenes. Mi anonimato tiene un límite y es parte de una estrategia, y cuando ya no sea el Pato Lucas, sino un artista como tantos otros, no tendré ningún problema en seguir sosteniendo todos y cada uno de mis dichos, porque si he vivido del arte en muchos sentidos, no ha sido gracias al mercado, ni a los críticos, aunque varios de ellos hayan escrito sobre mi trabajo. No le debo nada a nadie, lo que construí, lo hice “a pulmón”, como la mayoría de los artistas de este país. Tengo críticos amigos, pero no es una amistad interesada, y creo que ellos lo saben.
El Pato Lucas, entonces, debe ser considerado como parte de la obra de un artista, del cual, por el momento, no se conoce la identidad –aunque muchos lo sepan y algunos la sospechen-, y esa es mi mejor y única defensa, si es que necesito alguna.

Saludos y hasta la próxima.
El Pato