jueves, 22 de septiembre de 2011

¿QUÉ MIERDA ES UNA CLÍNICA DE OBRA?

Para unos cuantos artistas (y público en general) un tanto reaccionarios, ésta debería ser una afirmación y no una pregunta, pero no, es una pregunta; pregunta contemporánea si las hay, teniendo en cuenta la gran proliferación de clínicas de obra. He recibido mails de artistas que uno sabe que siempre han tenido taller de pintura y jamás en su vida hicieron clínica de obra y ahora las hacen, y además adjuntan un programa de trabajo extenso, de cuya atenta lectura se desprende que siguen sin saber de qué están hablando. Esta multitudinaria oferta de clínicas de obra obedece en muchos casos a un aggiornamiento, en otros a una especulación y en otros, los menos, a una propuesta auténtica. Muchos artistas desconfían y consideran que ésta vasta y repentina oferta es una moda, y que la clínica de obra una patraña.
Bueno, para entrar de cabeza en el tema podríamos dejar sentado que llamar a dos cosas diferentes con el mismo nombre implica una enorme confusión en la comunicación. Para separar un poco las aguas de esta confusión, vamos a llamar “análisis de obra sobre criterios formalistas”, o “análisis de obra” a secas, a una parte de estos talleres y “clínicas de obra” a aquellos que, a mi criterio, lo son efectivamente. Alguien podría decirme que la clasificación es arbitraria y que los términos son intercambiables. De acuerdo, pero necesitamos llamar con nombres diferentes a cosas diferentes para poder analizarlas, así que permítanme un poco de arbitrariedad. Yo diría que cada una de estas opciones obedece claramente a paradigmas distintos. Muchos artistas –algunos de larga trayectoria, otros jóvenes- dan talleres de análisis de obra; estos talleres a los que acude gran cantidad de artistas emergentes seducidos por la propuesta o por el nombre del coordinador -que luego figurará en el apartado “formación” de sus currículums-, están basados en un análisis puramente formal de las obras presentadas –obras que por lo general, son pinturas- ; esto significa que lo que puede oírse en esas “clínicas” son cosas como, “ese plano es muy pequeño, no cumple ninguna función en la composición”, o “por qué no probás independizar la línea de la forma”, o bien, “el color está muy saturado, la interrelación no funciona” o ¿Por qué no te fijás en la obra de “tal” o “cual” y ves cómo resuelve el problema”?. Este es un análisis de los elementos puramente formales de la obra, que se corresponde con el paradigma modernista, que es formalista, y que es, a esta altura, un paradigma superado. No digo que estos talleres no sean útiles para estudiantes en la etapa de formación –sobre todo en lo que se refiere a la pintura- , pero la clínica de obra es otra cosa; se sostiene sobre criterios más contemporáneos, que obedecen a lo que podríamos llamar el paradigma “nominalista”. La clínica no sólo es apta para la reflexión sobre la pintura sino sobre cualquier lenguaje de las artes visuales.
Cuando se accede a una clínica se da por sentado –y es el coordinador de las clínicas quien debe seleccionar a los postulantes- que los problemas formales están resueltos para poder pasar a una etapa de reflexión sobre la imagen mucho más rica y productiva, una reflexión, podríamos decir, filosófica. A mi criterio una clínica de obra siempre debe ser también –o debe estar acompañada de- un taller de lectura, de debate y discusión de problemas teóricos y de cuestiones que atañen al arte contemporáneo.
En la clínica deben quedar esclarecidos problemas tales como el de la relación entre la imagen y lo que el artista dice sobre esa imagen, sobre los ejes conceptuales de la obra, sobre la relación entre el soporte elegido y el concepto –digamos por caso que una determinada idea presentada en lenguaje pictórico podría ser mucho más interesante como fotografía, o instalación-. Esto significa que un artista contemporáneo puede navegar entre diferentes lenguajes en tanto y en cuanto esa diversidad enriquezca el concepto, la idea sobre la cual ese artista trabaja. Lo contrario, aferrarse a un lenguaje, a un soporte –la pintura, por decir uno- durante toda la vida, es una idea propia del modernismo. La experimentación con un único lenguaje, -la pintura hablando sobre sí misma, o la escultura explorando los límites y posibilidades de lo escultórico, es decir, el lenguaje enrulándose sobre sí mismo ad infinitum- es lo propio del modernismo, callejón sin salida, idea un tanto lineal y autoritaria que termina disolviéndose alrededor de los años 60 del siglo XX –y digo que termina porque en realidad la disolución comienza en un lejano 1917 con un mingitorio invertido-.
Los talleres de “análisis de obra” que, en general trabajan sobre estos criterios modernistas, han quedado aferrados allí, no pudiendo asimilar –o no comprendiendo aún- el cambio de paradigma. Creen sus coordinadores –supongo- que en el arte hay una verdad esencial y no histórica y contextual, y que ésa verdad pasa exclusivamente por lo formal. Ignoran, - o deciden ignorar-, que ésa “verdad” no siempre fue tal, que como todo concepto tiene un comienzo y un final históricamente determinado. La “forma significante”, la “forma expresiva” son hoy más bien clichés desgastados por casi un siglo de experimentación formal y sólo pueden volver a abordarse desde la ironía o la reformulación crítica. El arte hoy –y tal vez siempre haya sido así-, no es “para el ojo”; el arte es para el pensamiento. El paradigma modernista está disuelto. Tenemos hoy un nuevo paradigma, que es sólo –y hay que tenerlo bien presente- otra construcción provisoria. Sobre esa nueva construcción provisoria trabajan las clínicas de obra.

Hasta la próxima.
El Pato Lucas