domingo, 15 de enero de 2012

RESPUESTA A ANA BATTISTOZZI

Estimada Ana.

Me dirijo a vos, así, directamente, porque sé que puedo hacerlo. Luego de leer atentamente tu columna “Inquisidores de la originalidad” en la revista Ñ del día de hoy, sábado 17 de diciembre en la cual contestás a mi último envío relacionado con las notables coincidencias entre las obras de artistas seleccionados y premiados en el Premio Klemm con obras de artistas extranjeros, -uno de ellos mundialmente conocido, como Maurizio Cattelán- me han llamado la atención un par de cosas; las contestaré en el orden en que se presentan en tu columna.

En primer lugar está el tema, un tanto gastado ya, de la supuesta ilegitimidad de mis textos basada en la utilización del seudónimo; vos decís “Éste último dato sería irrelevante si no fuera porque, en la “sociedad de la interpretación” que está tan en debate, saber quién y desde qué lugar habla resulta esencial para ponderar cualquier opinión”. Bien, en primer lugar creo que mi identidad es, a éstas alturas, casi un secreto a voces; si he prolongado la utilización del seudónimo es, como ya dije en otras oportunidades, sólo una estrategia para mantener el interés; sabemos bien que el secreto –llamarlo misterio sería excesivo y pretencioso de mi parte- despierta siempre más curiosidad que lo conocido. Por otro lado, considero a éste personaje como parte de mi obra como artista ya que en muchas oportunidades expresa cabalmente mi opinión, pero en otras, podría decirse que funciona en forma casi autónoma y dice lo que él quiere…pasa generalmente cuando no tomo la medicación. Por otra parte, firmar con mi “verdadero” nombre... ¿cambiaría en algo el contenido de lo que digo? Quién habla, preguntás; habla un artista –si es que alguien puede hacer tal afirmación hoy día-, que en los últimos años ha sido también un curador y gestor cultural, y que considera que todas esas actividades –incluyendo la de escribir esta columna- lo constituyen y lo completan, como artista y como persona, porque estoy seguro de que un artista hoy debe ser crítico; nada me parece peor que la falta de debate, y creo que podríamos estar de acuerdo en que, en nuestro pequeño medio nadie discute nada; en privado se expresan las opiniones más duras, pero luego todos somos amigos. De todas formas, si tan importante es la cuestión de mi “identidad” – nuevamente, si es que existe tal cosa- voy a hacer una promesa aquí y ahora: prometo solemnemente revelar mi identidad en ésta misma fecha, el año próximo –si es que para ésa altura queda alguien que aún no sepa quién soy- y si así no lo hiciere, que Dios, La Patria , Los Santos Evangelios y mis dos ex mujeres me lo demanden.

Pasando a lo siguiente, quiero aclararte que mi envío no era una respuesta a tu nota sobre el Premio klemm, si es que eso pudo molestarte, y con respecto a lo de Cabutti –a quien no conozco personalmente- sigo sosteniendo mi opinión. Vos decís “Lucas Pato desmerece socarronamente la obra de Cabutti por falta de originalidad (habla directamente de plagio) y también a los jurados por no haberlo advertido. Luego nos manda a los destinatarios de su correo a chequear en el artista estadounidense Josiah Mc Elheni lo que él y sus “curiosos e indignados” amigos sí advirtieron: el uso de recipientes de cristal en vitrinas espejadas que multiplican las formas al infinito. Hasta aquí los puntos en común entre los artistas mencionados, que es como decir que todos los que aplicaron chorreados en pintura plagiaron a Jackson Pollock”. Yo digo, no Ana, no es lo mismo, y voy a explicar por qué la estrategia de Cabutti es muy otra. Sabemos bien que en alguna época muchos artistas chorreaban –no choreaban- a lo Pollock, pero el viejo Jackson era ya un artista famoso y enormemente influyente, con lo cual cuando veías –o ves, ya que todavía muchos pintores lo hacen- un chorreado en la obra de alguien, sabías –y sabes- que había dos opciones: o ese artista “citaba” a Pollock, ya que la chorreadura pasó a ser algo así como una marca registrada- o bien, el pintor o pintora en cuestión estaba tan fascinado con Pollock que no podía hacer otra cosa. Cabutti no “cita” a Damién Hirst” lo cual sería evidente, sino que elige a un artista muy poco conocido, o simplemente desconocido en Argentina y por supuesto, “no cita la fuente” y lógicamente eso pasa inadvertido para el jurado –del cual luego hablaremos-, y por lo tanto eso no es una cita, es plagio porque la fuente está oculta, el subtexto, por llamarlo de alguna manera, está ausente.
Luego decís con respecto a Mc. Elheni “Que las piezas de cristal sean muchas, de color y estén enteras no es una cuestión menor. Así como en Cabutti, que sean sólo fragmentos transparentes, negro y humo y le sirvan como formas para construir gélidos paisajes en encierro”. A ver, a ver, si yo pongo un mingitorio rojo en una instalación, obviamente ese objeto va a decir otras cosas que las que decía el mingitorio blanco de Duchamp, ¿No? Pero todo el mundo va a saber que por algún motivo, estoy citando a Duchamp, aunque el contexto y el color disparen el sentido en otras direcciones. Insisto, el problema con Cabutti es que se “apropia” de un dispositivo de otro artista y le cambia los colores para que diga “otra cosa”; fantástico, pero me hubiera gustado que el subtítulo de la obra fuera “variaciones sobre la obra de Josiah Mc.Elheny”.
Y para terminar decís: “A los “curiosos e indignados” amigos de Lucas Pato, que se dedican a surfear la red para erigirse en inquisidores de la originalidad, sugiero remitirse a las obras de la artista de 2006 que dan cuenta de la coherencia que mantienen con este planteo. Sólo se trata de cultivar una mirada más allá de la superficie y prejuicios mezquinos”. Bueno, un final duro; “inquisidores” es una designación un poco fuerte, sobre todo porque ni yo, ni mis “curiosos e indignados” “amigos”, censuramos ni quemamos libros, cuadros o gente; censura, lo que se dice censura, es lo que ocurrió recientemente en una prestigiosa Institución dedicada al apoyo y la difusión de las artes con una obra de Marcelo de la Fuente –a quien tampoco conozco personalmente-. No tenemos el poder, ni mis “amigos”, ni yo, para hacer ese tipo de cosas. No se me ocurrió pensar que no acordar, o discutir las decisiones del jurado de un premio prestigioso nos convertiría en “inquisidores”, pero bueno, en la “sociedad de la interpretación” todo es posible. Prometo retirar el pedido de quemar a la artista en la plaza pública. Con respecto a la coherencia de la obra del 2006, sólo la encontré –hasta cierto punto- en la serie “Envíos”, que para ser justos me parece muy buena, pero eso no cambia el hecho de que Cabutti se haya apropiado del dispositivo de otro artista esperando que pasara inadvertido.
También me llama la atención que hagas una defensa encendida de Cabutti en la cual tal vez –sólo tal vez- el componente de la amistad no sea menor, y no digas ni una palabra de la obra de Juan Der Hairabedian, que si fuera un Pollock, sería una maravilla porque habría copiado hasta la última gota de la chorreadura; el Cattelán que eligió es un poco más fácil.
Está bien defender a los amigos, pero cuando se equivocan, no está mal decirlo y eso no nos constituye en inquisidores.

Por todo lo expuesto, no creo que mi mirada sea superficial o se encuentre anclada en prejuicios mezquinos; quiero aclarar que ni siquiera me presenté al Premio Klemm, lo cual podría ser motivo de frustración y resentimiento, no es el caso.

Con respecto a los jurados, creo que es lógico que lo de Cabutti pase inadvertido, no así lo de Cattelán, - perdón, Der Hairabedian-; eso sí me parece inadmisible en jurados tan actualizados; pero lo único verdaderamente importante me parece la propuesta de que los jurados fundamenten sus decisiones de la misma manera que –en muchos casos- se nos pide a los artistas que fundamentemos nuestro trabajo; por el bien de la difusión del arte contemporáneo, tan vapuleado y poco comprendido, y también para disipar, aunque más no sea un poco, la sospecha de amiguismo y acomodos que pesa, a veces, sobre los premios.

Por último, parece desprenderse de tu columna que mis “amigos” y yo constituimos un bloque homogéneo, una especie de club de inquisidores prejuiciosos y un tanto resentidos, cuando la realidad dista mucho de eso; muchos de los que leen mis envíos o mi blog, o mi página en Facebook, sólo acuerdan en parte con lo que digo y, a veces
–como suele suceder en todos los ámbitos de la vida- sus interpretaciones sobre mis textos tienen muy poco que ver con lo que realmente yo quiero decir; de hecho, algunos creyeron que mi texto sobre los calamares podridos premiados en el Petrobras era una gran ironía, cuando en realidad la obra me pareció buenísima.

Te agradezco de todas formas que me menciones en la Ñ; yo, claro está, no tengo llegada a un espacio como ése; aunque sé que últimamente se me nombra en diversos ámbitos –reuniones de Directorio, cenas de fin de año de Fundaciones, etc.- y no precisamente en forma elogiosa porque parece que mis opiniones molestan más de lo que podría esperarse tratándose de alguien que sólo dispone de herramientas bastante básicas de comunicación y difusión.

Bueno, ahora sí, me despido.

Te mando un saludo, con el afecto de siempre –y sin ningún tipo de ironía-.

El Pato.