domingo, 20 de mayo de 2012

SOBRE LA NATURALEZA DE LA INDIGNACIÓN QUE PROVOCA EL ARTE CONTEMPORÁNEO.


Hola a todos.

Este texto tiene como una de sus motivaciones principales algunas charlas e intercambios de  mensajes que he mantenido vía Facebook y personalmente con algunos amigos y amigas –artistas, historiadores/as del arte, estudiantes de carreras de curaduría, etc. - Algunos de ellos se reconocerán en las líneas que siguen; por todos ellos y sus opiniones tengo el mayor respeto y agradezco los intercambios pues me permiten entender algunas cuestiones con más claridad.

Me pregunto cuál es el motivo de tanta indignación y de los acalorados debates que –según me cuenta una estudiante de la carrera de curaduría de la UNSAM- se dan entre sus compañeros cuando surge el tema del arte contemporáneo que, al parecer, divide aguas. Y también me pregunto por qué algunos historiadores del arte que también son curadores se irritan tanto ante la naturaleza efímera y degradada –o más bien degradable- de muchas obras actuales, ¿por qué ese apego a los objetos?

Hace muy poco, una amiga con extensa trayectoria como historiadora, art dealer y curadora me envió, vía mensaje cerrado de Facebook un link que pego aquí: 


acerca de la subasta de una obra de Urs Fischer, -(artista a mi juicio más que interesante ya que vi su obra en la bienal de Venecia el año pasado y me pareció buenísima- pueden buscarla en internet- y según mi interpretación, esa obra mostraba con mucha claridad la disolución de un concepto de “obra de arte” y de su correspondiente “espectador”)- o más bien de la subasta de lo que quedó de una obra de Urs Fischer, ya que la misma estaba realizada en cera y su destino era precisamente ése: ser derretida. Parece que el eventual comprador/coleccionista pagaría una cifra millonaria en dólares, y  lo que compró es “el concepto de la obra”, y mi amiga estaba indignada con esta situación, tanto como con el hecho de que el tiburón de Hirst se pudra, ya que los grandes artistas del pasado hacían sus obras “para durar”. Dejando de lado la cuestión de que en realidad nada está hecho para durar, ni siquiera el universo, no entiendo bien cuál es el enojo –de mi amiga y de muchísima gente más- frente a la caducidad; cuál es el sentido de ese enojo que casi siempre se manifiesta cuando aparece el mercado de por medio. Me refiero a que es “vergonzoso e irritante” que alguien pague un millón de dólares por “un concepto” o que otro pague ya no recuerdo cuántos millones por un tiburón que se pudre, o que un premio de treinta mil o cincuenta mil pesos le sea otorgado a unos calamares podridos dentro de unos zapatos viejos y una bolsa de plástico. Eso parece ser lo escandaloso, pero eso es un problema del mercado. ¿Importa si algún idiota decide invertir un millón de dólares en cera derretida? Suponiendo que se trate de un idiota y no de alguien muy hábil y astuto que está haciendo una operación por medio de la cual lava uno o varios millones de dólares. Eso es el mercado del arte y no tiene nada que ver con las obras, con el interés que las obras puedan tener. Irrita que unos calamares podridos ganen un premio de varias decenas de miles de pesos pero nadie parece reparar en el hecho de que –más allá de muchas otras connotaciones relacionadas con la muerte-, no es un dato menor que el olor a podrido se esparciera por una feria de arte, que es lo mismo que decir por el
mercado del arte, por ese mercado en el cual se lavan cientos de miles o millones de dólares provenientes de quién sabe donde.

Eso es el mercado del arte. Las obras no tienen que ver con eso y no deben juzgarse desde esa perspectiva.

Tal vez lo más interesante que tiene el arte contemporáneo es esta capacidad para irritar, para provocar, para desafiar la comprensión de espectadores que aún están posicionados nostálgicamente en una concepción de la obra y del arte que pertenece a paradigmas que han sido desbordados por los acontecimientos históricos.

¿Se puede separar el Arte del mercado del arte? Probablemente no, ya que vivimos bajo el imperio de la forma mercancía. Sin embargo todos sabemos que son cosas diferentes. Si no lo fueran, el Arte no existiría y sería sólo un producto más entre todos los demás productos; una simple mercancía.

Si pudiéramos separar Arte y mercado de arte ¿Qué sentido tendría la indignación ante las cotizaciones de obras contemporáneas o modernas? ¿Con quién o con qué nos enojaríamos? ¿Con los que compran un montón de cera derretida en un millón de dólares? Hoy escuché que la actriz Jeniffer Aniston compró una mansión por 21 millones de dólares y que gastará una cifra enorme en reformarla. No escucho a nadie indignarse ante esa clase de noticias, eso no es delirante, pero comprar por varios millones un tiburón que se pudre sí, así de instalada tenemos la lógica del capitalismo. Comprar una casa en 21 millones está bien, si es un tiburón no, pero en realidad todo es lo mismo en el mercado, todo es delirante y arbitrario; una casa o un tiburón, lo mismo da.

Si dejamos de indignarnos por el precio que alcanzan las obras en el mercado del arte, y nos centramos en el problema específico de las obras, aún tendremos mucha gente indignada ante objetos, acciones, conceptos, procesos, etc, que a su juicio no pueden ser considerados como obras. Si hablamos con esa gente veremos que sus argumentaciones son nostálgicas y están ligadas a una idea de obra y de Arte que podríamos situar entre los siglos XV y XIX, ni siquiera el XX  pues allí ya tenemos a Duchamp y también la experimentación con todo tipo de materiales, arte conceptual,  land art, la desmaterialización del arte, body art, performances y hasta la mierda de artista de Piero Manzzoni.   
Los detractores del Arte contemporáneo argumentan que este es una farsa, que eso no son obras; seguramente admiran a Monet y a Seurat, a Picasso y a Braque, olvidando que en su momento, para los críticos conservadores y el público de la época, lo que hacían esos artistas eran porquerías. Y si admiran el barroco –con lo cual ya estaríamos bastante más atrás- olvidan seguramente que para las teorías clásicas del arte ese período era “decadente”; pasó bastante tiempo hasta que Walter Benjamin rescatara la forma alegórica propia del barroco como constituyente de toda obra de arte, en contra de lo afirmado por las teorías clásicas de la forma simbólica.

 Una amiga me hizo notar también que mucha gente sólo considera como obra a aquello que ha demandado muchas horas de trabajo. Una obra sería entonces un objeto en el cual puede  percibirse tiempo, esfuerzo y dedicación, y por supuesto, un “bello resultado” y por lo tanto, unos calamares podridos en unos zapatos viejos dentro de una bolsa de plástico serían sólo una operación descarada de algún arribista. El Arte, para esta concepción, es “un hacer”, no puede comprenderse que el Arte es pensamiento, que el Arte es para el pensamiento, en síntesis, que el Arte no son “objetos”, sino otra cosa, de la cual el objeto es, en todo caso, un mero indicador. Cuanto más bello, más trabajado, más cuidado es el objeto, más corre el riesgo de transformarse en un señuelo que, justamente, no deja intuir esa “otra cosa”, y el incauto espectador quedará prendado sólo del “oficio” y  “las horas de trabajo” puestas allí.

Finalmente, podríamos identificar otro problema de orden, digamos, psicológico. Aferrarse a la durabilidad de los objetos debe ser una defensa, un escudo bastante eficaz contra el fantasma de nuestra propia caducidad. Aceptar, comprender profundamente que nada está hecho para durar, sería lo mismo que intuir que tal vez  nada tenga sentido en el universo, ni siquiera el universo mismo. Eso debe producir una profunda angustia.

Un Arte que nos recuerde permanentemente que la caducidad es la ley general de todas las cosas, ha de ser intolerable.

Hasta la próxima
El Pato.

MATANDO MUSEOS



Hoy, domingo 29 de abril de 2012, como todos los domingos, compré el Página 12 –lo hago especialmente para leer el suple Radar- y creo que como acto reflejo, miré la tira de REP en la contratapa. Desde hace un tiempo REP viene fogoneando la idea de “Artépolis”, lo cual no me parece mal, aunque tengo algunos reparos. Lo que publicó hoy no me pareció muy oportuno ni acertado porque creo que se metió con un tema que merecería una reflexión más profunda que un chiste de barricada. Dice “No más museos”, propone un “Museo de Museos” y dice “los museos merecen un último museo”, “Es hora de Artépolis”. Bueno, más allá de que no entiendo por qué deberíamos pensar en forma excluyente, como si fueran cosas que se anulan mutuamente, me parece que el planteo tiene otros problemas que habría que contemplar. En primer lugar “Artépolis”
 –cuya realización considero deseable y espero que se concrete- obedece a la lógica del espectáculo, del “arte como espectáculo” – disculpen si me pongo un poco frankfurter, se me escapa el enano adorniano de vez en cuando-, y eso no está mal, tenemos que aceptar que eso –que el arte haya sido cooptado por la lógica del espectáculo- está sucediendo desde hace bastante tiempo, pero no me parece que debamos postular la muerte del museo, sino repensar su función. Recuerdo que durante la gestión de Glusberg al frente del Museo Nacional de Bellas Artes, él hablaba de un “museo vivo”, y de hecho fue la época en la cual el museo estuvo más vivo que nunca –sería bueno contar con una estadística acerca de cuánta gente entraba al museo por semana en esa época y cuánta lo hace ahora-; más allá de las críticas puntuales que se le puedan hacer a Glusberg, -recientemente fallecido- mi opinión es que su gestión fue positiva; pudieron verse en el Museo muestras que difícilmente volverán a verse y la gran cantidad de premios que había en el año permitía que muchos artistas argentinos pudieran tener su obra colgada en el MNBA. Era un Museo vivo, no un Mausoleo. Lo que tiene que terminar es la idea de Museo como Mausoleo. El Museo en sí, no tiene nada de malo si podemos adecuarlo a nuevos paradigmas, siempre y cuando esos nuevos paradigmas no conviertan al Museo en parte de una lógica del espectáculo –cosa que si no me equivoco sucede bastante en los Museos de los países centrales-. Hablar de la muerte del Museo es como hablar de la muerte de la pintura; no hay que enterrar muertos que aún repiran, mejor es pensar qué nueva vida pueden tener.
Creo que Artépolis puede funcionar muy bien dentro de la lógica espectacular, pero como siempre, todo dependerá de quiénes lo organicen, con qué presupuesto, y que trenzas, roscas y favoritismos se anuden allí. Indudablemente REP tiene un lugar reservado y merecido, después de todo la viene remando hace rato con la idea, pero no me parece que ese evento deba pensarse como excluyente, y ya que estamos, si puede hacerse Artépolis, ¿Por qué no podemos tener una Bienal de Arte Contemporáneo como tiene Brasil?

Hasta la próxima.
El Pato.